
Tras casi seis meses de cuarentena la situación en la economía informal es cada vez más precaria. María “Tango” Dotti es dirigente en la agrupación “Polo Obrero” y está vinculada estrechamente con el trabajo que realizan los comedores comunitarios en todo Buenos Aires. “La cuarentena pegó un salto mayor a cualquier cálculo, porque millones de personas se quedaron sin ingresos, sin ayuda o asistencia para poder afrontar una cuarentena, protegiendo la salud, pero también ayudando a la gente que perdió el trabajo, es una masa enorme de gente.”
Los comedores se han visto desbordados de gente recientemente desempleada, o cuyos ingresos se vieron reducidos, María menciona cómo es una situación que tiene características muy similares al 2001. “Venía ya un crecimiento en el gobierno de Mauricio Macri, que continuó, bastante sistemático de la afluencia de nuevas familias a los comedores populares”. Los indicadores de la UNICEF estiman que aproximadamente el 60 por ciento de lxs niñxs y jóvenes estarán por debajo de la línea de pobreza en nuestro país a fin de año.
Para María las medidas tomadas por el gobierno nacional en relación a la ayuda a las familias que están en una situación de vulnerabilidad es insuficiente. “Los números del IFE te dan una pauta de la situación. Al IFE se anotaron 12 millones de personas, ingresaron 9 millones. Es gente que hace unos meses tenía alguna forma de ingreso, ya sea trabajo informal o trabajo en blanco. Gran parte de esto, se volcó a los comedores, incluso quien algún ingreso conserva necesita complementarlo, porque el IFE son 10 mil pesos, que se están pagando prácticamente cada dos meses, ni siquiera es un ingreso mensual. Se da con el criterio de que tiene que ser uno por familia, es absolutamente insuficiente para todas las necesidades de una familia; alquileres, viajes, comer, es imposible.”
En los barrios ha resurgido un fenómeno que también recuerda al fin del menemismo y el gobierno de De la Rúa, las ollas populares. Indica María que este fenómeno hacía tiempo que no se veía, y tiene relación directa con la imposibilidad de los comedores populares de abastecer a todos lo que lo necesitan. “En general las cocineras de los comedores, las personas que lo organizan tienen un listado de familias que son las que van al comedor. Cada familia sabemos cuántas porciones reciben, hay un cálculo a la cantidad de gente que el comedor asiste y está anotada más o menos.
La olla popular es salir a la esquina y repartir comida, a veces se hace una vez por semana, dos o tres, dependiendo los recursos. Ha surgido naturalmente, de lxs propixs compañerxs, cocinamos y salimos a la calle y repartimos a lxs vecinos. Sobre todo, en los barrios que no había comedores se han puesto en pie nuevos espacios”.
Cuenta María que desde el mes de marzo el flujo de alimentos que recibían los comedores del gobierno nacional disminuyó en una cantidad significativa. Cuando estalló el conflicto de la corrupción por sobreprecios, se redujeron los alimentos que se entregaban y recién en este mes de agosto volvieron a recibir la misma cantidad que recibían previo a la pandemia. María destaca que tampoco aumentaron la cantidad teniendo en cuenta la situación actual. “Hay vecinxs en los barrios que tienen una especie de agenda semanal, que saben que ‘tal día cocina la iglesia, tal día reparten comida en tal lado, tal día dan la merienda en este lado’ y van tratando de combinar, para poder comer todos los días.”
Si bien la cuarentena ha mermado para cierto sector de la sociedad, el resultado de ella es que la gran cantidad de desocupadxs o aquellxs dentro de la economía informal que no pueden trabajar porque no tienen permiso para hacerlo seguirán volcándose a los comedores que no dan abasto.
A.B.
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